
Milei, la Casa Blanca y el precio de la obediencia
La imagen resulta tan explícita como simbólica: Javier Milei, president...
La imagen resulta tan explícita como simbólica: Javier Milei, presidente de la Argentina, recorriendo los pasillos de la Casa Blanca como un discípulo reverente, buscando legitimidad, respaldo y –sobre todo– oxígeno. El Gobierno norteamericano, en una jugada tardía pero calculada, decidió intervenir para evitar lo que parecía un colapso inminente: la transformación de la Argentina en, una vez más, un Estado fallido.
El apoyo no fue gratuito ni desinteresado. Lo que se jugaba en Washington era mucho más que una emergencia económica puntual en el extremo sur del continente. El trasfondo fue, y sigue siendo, estratégico: en un contexto global donde Estados Unidos enfrenta el ascenso de nuevas potencias y una pérdida relativa de hegemonía, América Latina se vuelve otra vez un escenario clave de disputa. No por su economía, sino por su valor simbólico y su proximidad. El viejo “patio trasero” vuelve a ser prioridad.
El reacomodamiento hemisférico
La decisión de apuntalar a Milei desde la administración republicana responde a una necesidad doble. Por un lado, frenar el avance de China en la región, especialmente en materia monetaria, donde el swap con el Banco Popular de China se convirtió en un instrumento de autonomía financiera para Buenos Aires. Por otro, evitar un efecto dominó en la región: una caída abrupta de Milei no solo dejaría al descubierto el fracaso de la receta ultraliberal, sino que debilitaría el experimento político-ideológico más alineado con el trumpismo.
Estados Unidos no es una potencia decadente, pero sí enfrenta un desgaste de su capacidad de liderazgo global. Ante eso, la respuesta es clara: replegarse estratégicamente sobre su esfera inmediata de influencia. América Latina vuelve a importar, pero no como socia, sino como pieza de control.
La batalla cultural como campo de guerra
Además del tablero geopolítico, hay una dimensión menos visible pero igual de determinante: la batalla cultural. Los nuevos ideólogos del poder conservador —los llamados “ingenieros del caos”— comprenden que el éxito político requiere ganar también la narrativa. En esa disputa, Milei representa un modelo de exportación: disruptivo, incendiario, alineado sin fisuras con los valores de la nueva ultraderecha global.
Una derrota del libertario argentino no sería solo una derrota electoral o de gestión; sería una derrota simbólica para todo el proyecto ideológico que Trump y sus aliados buscan instalar como hegemonía continental. Por eso el respaldo llegó. No fue un salvataje económico, fue una inversión en una figura útil.
Una soberanía condicionada
El problema de fondo no es que un país reciba ayuda. Es el precio que esa ayuda conlleva. La Argentina, en su desesperación económica y política, se vuelve cada vez más dependiente de un respaldo externo que impone condiciones explícitas e implícitas: alineamiento total, subordinación discursiva y renuncia a toda política exterior autónoma.
En ese marco, Milei aparece más como un representante de intereses ajenos que como un mandatario soberano. La teatralidad de sus visitas a Estados Unidos, su devoción por figuras como Trump o Elon Musk, y su desdén por los equilibrios geopolíticos tradicionales, consolidan la imagen de un presidente que juega a ser actor principal en una obra escrita en otro idioma.
El riesgo de la irrelevancia nacional
Lo que está en juego no es solo la estabilidad del gobierno de Milei, sino la viabilidad misma del Estado argentino. Cuando las decisiones claves se toman fuera del país, cuando la política exterior se convierte en una sucesión de gestos serviles, y cuando la economía queda atada a los caprichos de intereses foráneos, lo que se erosiona es la propia idea de nación.
La pregunta ya no es si la Argentina puede salir de la crisis, sino si podrá hacerlo sin entregar, en el camino, su autonomía estratégica. Lo que alguna vez fue una potencia regional, hoy parece acercarse peligrosamente al rol de protectoradocliente. Y ese destino, incluso más que la crisis, debería encender todas las alarmas.
Fuente: https://www.semanarioextra.com.ar/milei-la-casa-blanca-y-el-precio-de-la-obediencia/